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  ARTÍCULOS

'Aperitivi' en la Nápoles ardiente

El País, 6 de enero de 2012



A veces me imagino una ciudad como un casillero de almas, un bazar de decorados para una historia. Las calles de Nápoles son un teatro, su luz tiene sombras dramáticas. Pese a todo, sus actores son alegres y orgullosos, hay música, y la melodía resulta familiar. Nápoles no es Italia, me había dicho displicente un hombre en la estación de Roma, a punto de coger el tren. Yo encontré, en todos los sentidos, una ciudad en capas, desdoblada en estratos que progresan del subsuelo de sus catacumbas hasta la opulencia borbónica de las colinas de Capodimonte y Vomero. Allí la vi abrazar la bahía abigarrada y anárquica contra el perfil del Vesubio, salpicada de cúpulas y edificios rojos y ocres, latiendo en un laberinto bullicioso de callejas traspasadas de tendales donde languidecen iglesias y palacios, donde una atmósfera umbría hace brillar el empedrado como si el tiempo le sacara lustre. Luego, lejos de Nápoles, el recuerdo esboza el mapa de una ciudad italiana que se queda para siempre en la memoria.

 

La isla de ceniza

El País, 5 de marzo de 2011


Hubo una vez una isla que flotaba en las aguas transparentes y azules del mar Egeo. Diecisiete siglos antes de nuestra era, el volcán de esta isla que Herodoto llamaba Stróngili por su forma redonda, comenzó a bullir y sacudiendo la tierra avisó a los hombres de que pronto iba a estallar. A toda prisa, los habitantes minoicos recogieron lo que tenían de valor, abandonaron las casas y huyeron asustados en sus barcos. Al ver que ya no podía alcanzarlos, la isla dejó que el volcán arrojase un chorro de lava, y lo hizo con tanta violencia que su corazón se hundió en el cráter más grande del planeta, levantó un maremoto que asoló Creta y sumió al Egeo en una noche de humo y cenizas que ensombreció todo el cielo del Oriente desde Chipre hasta África. Cuando al fin el Egeo pudo apagar el fuego de las piedras, de la isla solo quedó una herradura de tierra tratando de abrazar dos pobres arrecifes. Tuvieron que pasar dos siglos para que los fenicios se atrevieran a volver, y les sobrecogió tanto la oscura desnudez de sus acantilados en el añil del agua que la llamaron Kalisti, la más hermosa. Quizá la fama de su rara belleza llegara a oídos de los dorios de Esparta porque vinieron después a ocuparla, y le dieron entonces el nombre de su líder Thira, que era descendiente de Edipo. Y así vendrían también los egipcios, los romanos, los bizantinos, los nobles venecianos, pese a que la isla, cansada del tránsito hostil de los hombres, no dejó de rugir hasta el siglo pasado, cuando un terremoto destruyó las aldeas y mató a medio centenar de sus descendientes. Muchos de los que sobrevivieron todavía se acuerdan.


 







Carretera y Cuba

El País, 20 de febrero de 2010

En Cuba a uno le invade una rara tristeza gozosa, una sensación de estar en casa y lejos porque su gente y paisaje entran por la retina y te colocan su postal ajada en el centro mismo del corazón. Cuba habita otra época, pero cerca, y uno ya lo adivina en cuanto pisa La Habana con su bullicio, sus tendales y plazas y toda su parafernalia barroca de ciudad española, pero con voz y olor a Caribe y con un desgaste que no es tanto de tiempo como de circunstancia. Si usted viaja a La Habana, alquile un coche por unos días para conocer el centro de la isla, donde las ciudades y los largos campos de ingenios le llevarán a la época colonial del auge azucarero.











El Montgó, un monte vigía

El País, 10 de mayo de 2008


En el siglo XII, el gran geógrafo y viajero Abú Abdalá al Idrisi trazó para el rey de Sicilia un mapa que representaba el mundo boca abajo: el norte estaba al sur, y el sur, al norte. En uno de sus escritos, que agruparía bajo el bello título de Los jardines de la humanidad y el entretenimiento del alma, describía en la parte meridional de Dénia "un monte grande, de forma redonda, desde cuya cima se descubren los montes de Ibiza en alta mar", al que daba el nombre de Caon. Dénia había sido capital de la taifa que ocupaban también las Baleares, y su puerto era entonces uno de los más importantes de la ruta comercial mediterránea. Es probable que al eminente explorador, la geografía de la Marina Alta alicantina le brindara una fiesta de piedra blanca, vegetación y agua azul, porque es lo mismo que, pese al ladrillo que engulle tantos kilómetros de nuestro litoral más turístico, ofrecerá hoy a cualquier viajero curioso que se adentre en Les Planes del cabo de San Antonio, la plataforma litoral que ha tallado la abrasión del tiempo en la porción de costa que subsiste casi virgen entre Dénia y Xàbia.









Travesía urbana por Lille

El País, 24 de febrero de 2007


Imagínese por un momento en viaje de negocios. Puede usted incluso ser un atareado o una atareada viajante de comercio, una especie de Willy Loman a la europea con circunstancias personales más plácidas, claro. Desde París o Londres llega a Lille en un tren de alta velocidad -en una hora y una hora y 40 minutos, respectivamente- que le deja en la estación de Euralille, centro neurálgico de su actividad industrial. Podría coger el metro, que marcha sin conductores, pero hace un día espléndido y cruza el viaducto Le Corbusier contemplando este distrito futurista proyectado por arquitectos como el francés Jean Nouvel o el neerlandés Rem Koolhaas, y se dice satisfecho que probablemente usted no habría visitado Lille de no hallarse en viaje de negocios.











Brujas, un cuento medieval

El País, 16 de septiembre de 2006

El tópico de Brujas es el de ser una ciudad de cuento. Cuando en las guías turísticas aparece con esa etiqueta tan restregada que lo define como un lugar de ensueño, se rompe el hechizo de su nombre, y el viajero ya no pensará en los relatos de su infancia arrastrado por la evocadora semántica, sino que le vendrán a la cabeza esas estampas melifluas que anuncian los viajes de luna de miel.













Rila, oculto en las montañas

El País, 29 de abril de 2006


Bulgaria no se entiende sin sus monasterios. Ocultos en las montañas, cultivaron durante siglos una tenaz actividad intelectual y docente que salvaguardó el arte y el pensamiento cristianos frente a la imposición islámica de los quinientos años de dominación turca. En ellos surgieron notables escuelas pictóricas, caligráficas y literarias; nacieron la lengua y la literatura búlgaras cuando los hermanos Cirilo y Metodio, santos nacionales, inventaron el alfabeto eslavo y tradujeron la Biblia siete siglos antes de que Lutero lo hiciera al alemán. Cuando en 1870 la Iglesia ortodoxa obtuvo al fin su independencia, el país tenía el índice de analfabetismo más bajo de Europa. Tras la II Guerra Mundial, el régimen comunista trajo consigo nuevos saqueos y pérdidas. La devoción y la deuda de los búlgaros hacia sus monasterios ha hecho que muchos de ellos se hayan recuperado mediante suscripciones populares. El más grande y famoso es el monasterio de Rila, a unos 120 kilómetros al sur de Sofía, que fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1983.











Calvados, corazón normando
El País, 3 de diciembre de 2005



 

Hay una sensación que le invadirá en Normandía si se aventura a deambular por la malla de carreteras que teje su invariable paisaje de alfombras verdes y doradas: igual que cuando se entra en una casa demasiado limpia y dispuesta, puede llegar a pensar que allí no vive nadie, que los moradores de sus pulcras villas floridas andan siempre ajetreados en rodearse de orden y sólo están de tránsito en un decorado perfecto. De sus cinco departamentos, quizá sea Calvados el que mejor refleja el carácter normando. Aquí, frondosos pomares interrumpen la sucesión de prados cercenados por sus vallas blancas, y los letreros pintorescos de las destilerías invitan a la degustación de la sidra tradicional o el poiré, su variante de pera, y de calvados, el áspero brandy de manzana que da nombre al territorio. "Esto es la Francia profunda, la gente bebe mucho, ¿sabe?", le susurrará alguna lugareña. Claro que ya sabrá, tras kilómetros de pastos, cómo acompañar los voluptuosos quesos camembert, livarot o pont-l'évêque. Casi en cada pueblo hallará un brocante, uno de esos fabulosos rastros en miniatura con muebles de la abuela, maquinaria oxidada, discos de vinilo, botellas, lámparas o zapatos de otro tiempo. No es raro tampoco ver coches ingleses aparcados junto al jardín de alguna encantadora chaumière con su techumbre de paja, ya que los vecinos del otro lado del canal adquieren una de cada diez viviendas a la venta; se sienten como en casa.










 

 

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